domingo, 2 de junio de 2013

Diario de un psiquiatra: página 22

El día que conocí a Dios

"Yo, aquí donde me ves, soy lo que soy, un Dios. solo que yo soy real y estoy en la Tierra donde todos pueden verme. Vengo al psiquiatra, pues mi familia cree que desprendo ego en cantidades industriales, pero yo no lo veo así. ¿Por qué un Dios no puede alabarse a sí mismo? ¿Acaso Zeús en la mitología griega no creía ser el rey del Olimpo? ¿O es que Alá no cree que debe ser venerado? Todos los dioses debemos ser respetados, solo que ellos eran simples manifestaciones de los demonios interiores de la sociedad politeísta ateniense y la yihad islámica. Deme tiempo, solo necesito que vuestras convenciones sociales me permitan actuar y dominaré el mundo" dijo, mientras me cautivaba cada vez más con sus palabras. Él no era un hombre normal, era especial. Especialmente majareta. Era una mina de oro y, probablemente, yo iba sería la envidia de la próxima convención de psicólogos y psiquiatras, y todo por él.

"Señor Adams, creo que su familia tiene razón, usted tiene un ego que roza el techo de esta habitación. Pero también, creo que es un ser maravilloso. El amor propio hecho carne y hueso y eso, no siempre es malo. Los humanos normalmente tenemos gente que nos importa o cosas que nos impiden realizarnos. No obstante, usted solo se ama a sí mismo e igual que probablemente jamás llegue a experimentar que se siente cuando se ama a otra persona, nada se interpondrá en aquello que usted desee, excepto la propia realidad. Daniel, escuche, ¿qué es aquello que anhela conseguir cuando nuestras "convenciones sociales" se lo permitan?" Le pregunté eso último mientras deseaba terminar la hora, siendo sinceros me sentía ridículo hablándole así a un niñato de dieciséis años.

"No me ha visto actuar, no creerá ni una sola palabra de lo que le pueda decir. Así que primero, dejeme enseñarle algo que jamás haya visto" me dijo mientras se levantaba. Sonreí. No sabía que más hacer.

Andó hasta un extremo de la habitación y después se lanzó en carrera hacia la puerta del despacho. Si la rompía, estaba claro que me saldría más caro tratarlo de los beneficios que podría obtener pero de pronto... ¡ZAS! Se esfumó. No pude articular palabra, lo único que pude hacer fue mirar hacia el diván y para mi sorpresa... ¡Allí estaba! No sé si a partir de ahí fue cuando le cogí cariño, pero jamás pude volver a verlo como a un simple paciente. Ese jodido crío de dieciséis años era un Dios. Y no sólo era capaz de hacer eso. A lo largo de los años lo vi hacer cosas asombrosas, hasta que alguien, como la biblia recoge en sus páginas, lo traicionó a cambio de dinero. Aquel día fue el más duro de mi vida, pero... ¿Qué podría haber ocurrido si no acaban con la vida de ese chico? Si alguien lo convencía de una ideología, si alguien conseguía dominarlo tendría un poder imponente a su antojo. Yo traicioné a Daniel Adams. Yo traicioné a Dios.


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